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Guerra con los dioses

El panteón mesopotámico de los dioses

Los dioses del «otro lado del río» todavía ejercían una enorme atracción sobre los israelitas que se aprestaban a la conquista de la Tierra Prometida. El panteón mesopotámico tenía un dios o una diosa para cada situación concebible. Entre los más importantes se hallaban: Anu, Enlit y Ea, las tres principales deidades cósmicas, así como Sin, Samas e Istar, las tres divinidades astrales, todas ellas con sus consortes o compañeros sexuales. Istar era la deidad femenina más importante: «Era la estrella matutina y vespertina (Venus), diosa del amor sexual y de la fertilidad, diosa de la guerra y de las pasiones». Pronto se fundiría con Astoret, principal diosa cananea.

Otras divinidades destacadas incluían a Adad, Dagán (llamado Dagón en Jueces 16.23-30; 1 Samuel 5.2-10; 1 Crónicas 10.10; Jeremías 50-52), Ninurta, Nergal, Marduk y Ashur. Todos tenían sus consortes. Dagán (el bíblico Dagón) era aparentemente un dios de la fertilidad y la deidad principal de los filisteos.

En segundo lugar, aunque aquellos eran los dioses más destacados, había otros muchos. Horsnell dice: «En total se conocían más de tres mil deidades, muchas de ellas sólo de nombre, ya fuera por las listas de dioses o por nombres personales derivados de ellas».

Además de ser politeísta y henoteísta, la religión de Mesopotamia incorporaba una búsqueda fanática de protección contra las hordas de espíritus demoníacos que «atacaban a la gente con angustia y enfermedades». Se llevaban a cabo minuciosos ritos de exorcismo a cargo de exorcistas sacerdotales. Los prostituto/prostitutas sagrados, principalmente mujeres, atendían a muchos santuarios. Los encuentros sexuales entre los dioses y las diosas eran comunes. El rey y las principales sacerdotisas representaban dichos encuentros en ceremonias especiales. Y lo mismo hacía la gente corriente, sobre todo durante los festivales religiosos.

Según la «teología» babilónica, los espíritus humanos sobrevivían a la muerte y podían volver y perturbar a los vivos. También tenían que ser apaciguados. La adivinación y la magia eran esenciales en el culto. Se llevaban amuletos como protección contra los demonios y los espíritus humanos furiosos. Asimismo las imágenes recibían un trato como si estuvieran vivas.

Por último, la religión de Mesopotamia era animista. Todo el universo palpitaba vida y «cada fenómeno estaba imbuido de poder viviente, su numen … diversos númenes eran adorados como dioses y con el tiempo personificados como seres antropomórficos, sobrehumanos, inmortales, lo que daba como resultado un politeísmo naturalista».

Según Josué, los padres de Israel, incluyendo al propio Abraham, reverenciaban a aquellos dioses «antiguamente». Al mismo tiempo, en la memoria de muchos de aquellos pueblos semíticos debían perdurar aún las historias del diluvio y de la Torre de Babel, así como las referencias al único Dios verdadero. Noé y Sem vivían todavía. ¡Este último sobrevivió a Abraham! Aunque no se dice nada más acerca de ellos, es probable que residían no demasiado lejos de los caldeos. ¿Adónde si no se habrían marchado?

Ahora, cuatrocientos años después de Abraham, Josué desafía a los descendientes del patriarca con las siguientes palabras:

Ahora, pues, temed a Jehová, y servidle con integridad y en verdad; y quitad de entre vosotros los dioses a los cuales sirvieron vuestros padres al otro lado del río, y en Egipto; y servid a Jehová.

Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis, pero yo y mi casa serviremos a Jehová. (Josué 24.14-15).

De modo que a Josué le preocupan tres sistemas idolátricos que amenazan la pureza del culto israelita a Jehová: los dioses del otro lado del río, los dioses de Egipto y los dioses de los amorreos en cuya tierra viven ahora, es decir, los cananeos.

Como ya hemos visto, sus padres habían nacido y crecido en la cultura inmoral, sincretista y dominada por los demonios, de Ur de los caldeos. Mientras estaban en Egipto entraron en contacto con gente de aquellas y de otras tierras paganas, y volvieron a adorar a los dioses que sus padres habían abandonado cuando llegaron a la fe en el Dios verdadero (v. 14).

Los dioses de Egipto

Sin embargo, sus padres biológicos eran egipcios de nacimiento, y Egipto una tierra llena de dioses y diosas. W. S. LaSor dice que había treinta y nueve divinidades masculinas y femeninas adoradas por todo el país. Muchas tenían forma de animales, seres humanos o eran «figuras humanas con cabezas de animal». Más aún, los egipcios atribuían características personales a toda la naturaleza, e «incluso los animales más feroces y mortíferos, como la cobra, el escorpión, el cocodrilo y el hipopótamo, eran criaturas relacionadas con algún dios o rey».

Además, la desnudez, tanto masculina como femenina, era muy común en sus santuarios y sus obras de arte, todas las cuales tenían un significado religioso. Yo mismo me he sentido mal, hasta el punto de no poder articular palabra, después de entrar inocentemente con mi esposa en alguna de las ruinas egipcias más famosas, donde podían verse figuras de tamaño natural, tanto de varones como de mujeres, con sus órganos sexuales enormemente exagerados. Cuando uno se da cuenta de que los esclavos hebreos tenían que construir muchos de esos edificios y se veían rodeados de una «pornografía» tan gráfica año tras año, no es de extrañar que, con la fe debilitada después de años de esclavitud, cedieran a la excitación sensual de las religiones paganas de Egipto y más tarde de Canaán.

Los dioses de los amorreos

La siguiente preocupación de Josué eran los dioses de los amorreos, «en cuya tierra habitáis» (v. 15). Aquí la palabra amorreo incluye a todos los pueblos de Canaán, muchos de los cuales se enumeran en el versículo 11. De modo que se trataba de los cananeos, a quienes llamo los pueblos «eos». ¿De dónde procedían? ¿Cuáles eran sus prácticas religiosas que tanto atraían a la carne de los israelitas?

El mejor resumen de la religión cananea lo tenemos en Jueces 2.13 y 3.7. Después de la muerte de Josué y «de los ancianos que sobrevivieron a éste y que sabían todas las obras que Jehová había hecho por Israel» (Josué 24.31), los israelitas «dejaron a Jehová, y adoraron a Baal y Astarot» (Jueces 2.13); «olvidaron a Jehová su Dios, y sirvieron a los baales y a las imágenes de Asera» (Jueces 3.7). Todo el sistema religioso cananeo se centraba en aquella pareja de dioses.

El origen de los cananeos lo tenemos en la tabla de las naciones que aparece en Génesis 10. Canaán fue hijo de Cam (Génesis 10.15-19). Wenham comenta al respecto: «La importancia que Canaán tenía para Israel explica la cantidad de detalles que se incluyen aquí». Hamilton llama a Canaán el segundo antepasado [después de Cam] más fructífero de la Tabla de Naciones. La lista de los pueblos de Canaán no está completa; ni tampoco significa que todos esos pueblos se hallen étnicamente relacionados con Cam o Canaán. Muchos comentaristas eruditos señalan que la base de la descendencia no es siempre étnica, sino geopolítica, cultural, religiosa y lingüística.

Josué pide que rompan con los dioses

Los cananeos se esparcieron por todos lados (Génesis 10.18-19) y llegaron a ser un verdadero aguijón en la carne para los israelitas. Wenham dice que, «a menudo, en el Pentateuco se considera a los cananeos como la nación pecadora por excelencia que merece la ira de Dios». Y Josué pide enérgicamente a Israel que rompa sus ataduras con las viles prácticas religiosas cananeas (Josué 24.15, 23). ¿Qué pedía con insistencia que abandonara el pueblo?

En primer lugar, a Baal, el más prominente de los dioses cananeos. Su nombre, Baal, significa «propietario, dueño, señor o marido». Aunque El, nombre corriente cananeo-hebreo para referirse al creador de todo, era el Dios supremo de su teología, Baal y Astoret tenían más importancia en la vida real de la tierra y del pueblo. Baal había ascendido al lugar de superioridad casi universal durante el primer milenio antes de Cristo.

Empezó siendo el dios del tiempo atmosférico; lo cual, en una tierra seca como Canaán, pronto le colocó en el lugar prominente. La vida no podía funcionar sin él. Por lo tanto no fue extraño verle seguidamente convertido en el dios de la fertilidad. A. E. Cundall dice que Baal y los muchos baales locales constituían en realidad un solo dios: el dios de la gran naturaleza cósmica. Ellos (como «él»)

controlaban la fertilidad en la agricultura, los animales domésticos y la humanidad. Era muy importante obtener su favor[ … ] Esto llevó a la adopción de formas extremas de culto, que incluían la práctica de la prostitución ritual (Jueces 2.17; Jeremías 7.9; Amós 2.7) y el sacrificio de niños (Jeremías 19.5)[ … ] Con el paso del tiempo, Baal se convirtió en el dios principal de aquella región.

El mito del dios que moría y resucitaba era representado durante el festival cananeo del Año Nuevo y estaba directamente relacionado con el ciclo de la fertilidad y sus correspondientes ritos de fecundidad sexual. Cundall dice que este mito «iba acompañado de la debida respuesta por parte de los adoradores, la cual culminaba en los ritos groseramente sensuales que implicaba el matrimonio sagrado, del que la prostitución ritual de ambos sexos era un rasgo prominente».

En segundo lugar, tenían que abandonar a Astoret, su diosa más importante. Astoret había sido antes la consorte de El pero a medida que este dios antiguo fue desapareciendo, su compañera sexual, empezó a ser transferida a Baal. Por eso Jueces 2.13 y 3.7 vinculan a Baal con Astarot (2.13) y Asera (3.7), dos nombres distintos de una misma diosa: Astoret.

Baal también tenía otra diosa consorte: Anath o Anat. Se la denominaba «la virgen», y aunque tal vez fuera virgen para otros, no lo era para Baal, ya que «era tanto consorte como hermana de Baal y compañera en sus diversas aventuras». Aquí tenemos una relación de incesto y poligamia entre los dioses.

Esta diosa madre, según la tradición de la reina del cielo, en la que Astoret (Astarté, Astarot, Asera o Astoret) desempeñaba el papel femenino principal, era universal en todo el Cercano Oriente y se remontaba tan atrás como «el cuarto milenio antes de Cristo», según explica W. White, hijo.

Las prácticas sexuales asociadas a su culto eran tan repulsivas para los dirigentes judíos que la LXX [Septuaginta] y otros textos del Antiguo Testamento mutilaban su nombre sustituyendo

las vocales originales [del mismo] por las de otra palabra comúnmente despectiva[ … ] (como) las vocales de «vergüenza» fueron intercaladas, excluyéndose así perpetuamente de los textos bíblicos cualquier poder mágico o adscripción de alabanza a la deidad pagana.

White dice que «el culto a las diosas madres en el Oriente Próximo y en cualquier otra parte del mundo está demostrado por la frecuencia con que se han encontrado estatuillas de la fertilidad en excavaciones de lugares pertenecientes a épocas tan tempranas como el período paleolítico inferior».

En los primeros documentos escritos de Mesopotamia, se la llama en un principio Inanna y luego Istar. Ambas eran consortes de dioses masculinos principales. White expresa: «Inanna era la consorte del dios pastor Dumuzi (en hebreo Tammuz; véase Ezequiel 8.14), por quien lloraba en su muerte estacional». Como diosa madre, Inna-Istar-Astoret formaba parte esencial de los ritos de la fertilidad.

White comenta que «este aspecto sexual del culto a la diosa madre parece haber pasado a cada una de las culturas del Oriente donde se practicaba dicho culto». Y luego comenta sobre la representación anual del matrimonio de Dumuzi e Inanna-Istar que incluía (en Babilonia) el coito entre el rey y una sacerdotisa-prostituta del templo.

Astoret-Istar era muy conocida también entre los egipcios. Su nombre se ha encontrado en las inscripciones egipcias antiguas. Referente a una carta descubierta entre los restos del faraón Amenofis III (1405-1357 a.C.), White escribe que:

[ … ] el nombre de la diosa se apostilla con la descriptiva expresión de «Istar, Reina del Cielo» … Con el tiempo, la literatura cuneiforme utilizó el nombre de Istar como sinónimo de «diosa» … En el arte de Siria-Palestina se la representa ataviada como egipcia y con atributos egipcios.

De modo que los judíos estaban familiarizados con aquel culto antes de salir de Egipto, y cuando llegaron a la Tierra Prometida (Canaán) la encontraron llena de santuarios de Baal y Astoret. La diosa aparece a menudo en las tablillas ugaríticas de Ras Shamra. White dice al respecto: «La comprensión que de ella tenían sus devotos alcanzaba cotas extraordinarias de poesía y construcción dramática, algunos de cuyos aspectos fueron más tarde sublimados por los hebreos para el culto a Jehová».

Como consecuencia de esto, los israelitas eran constantemente arrastrados al culto de Baal-Astoret, en particular a sus aspectos sexuales. White expresa muy sincero: «A través de la historia los judíos se sintieron tentados a adorar a esta diosa pagana y a asistir a sus rituales. Fue esta práctica prohibida la que al final dio como resultado el cautiverio de Israel y sus setenta años en Babilonia». Pero todavía faltaban muchos siglos para la cautividad cuando Josué lanza su desafío en el capítulo 24 del libro que lleva su nombre.

Y el pueblo respondió a su llamamiento de quitar los dioses ajenos de en medio de ellos. Un registro de sus tiendas y posesiones hubiera sacado a la luz dioses domésticos o terafines. También estaban ya sirviendo en secreto a Baal y Astoret, así como a los demás dioses y espíritus cananeos.

Josué se daba cuenta de que vivían en una tierra en la cual ahora sí había «llegado a su colmo la maldad del amorreo» (Génesis 15.16). Esta cita del Génesis es muy importante y pertenece al contexto de una de las grandes entrevistas que Abraham mantuvo con Dios. El patriarca acababa de volver de la liberación de Lot, cuando Dios se apareció en visión a su fiel servidor y le dijo:

No temas, Abram;

Yo soy tu escudo,

Y tu galardón será sobremanera grande. (Génesis 15.1)

Abraham se queja entonces de que todavía no tiene prole (vv. 2-3) y Dios le promete que un hijo saldrá de sus propios lomos (vv. 4-5). Luego, el versículo 6 expresa: «Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia». El escritor afirma también que Dios dijo a Abraham que sus descendientes serían esclavos en tierra ajena durante cuatrocientos años, y luego le prometió:

Mas también a la nación a la cual servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán con gran riqueza[ … ]

Y en la cuarta generación volverán acá; porque aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta aquí. (Génesis 15.14, 16).

Esta asombrosa revelación que Dios hace tiene que ver con tres increíbles acontecimientos futuros: los cuatrocientos años de esclavitud egipcia (v. 13); el juicio de Dios sobre Egipto (v. 14); y la partida de los israelitas, con los despojos de dicho país, en el éxodo (v. 14).

Luego Dios revela la única razón de esa espera de cuatrocientos años para que la Tierra Prometida fuese entregada por fin a los descendientes de Abraham: «Porque aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo (los cananeos)» (v. 15). Hamilton comenta que «esta segunda mitad del versículo articula la idea de que en la fijación de los tiempos no sólo influye la necesidad, sino también la moralidad. Y este comentario acerca de la inmoralidad de la población autóctona de Canaán establece también la invasión por parte de Josué como un acto de justicia en vez de como una agresión». Kidner añade a esto: «El pueblo de Dios tenía que esperar hasta que fuera justa la invasión, aunque ello les supusiera varios siglos de penalidades. Este es uno de los dichos centrales del Antiguo Testamento».

Volviendo a Josué 24 podemos decir que, en el momento en que hablaba Josué, los amorreos no habían sido exterminados como Dios mandara, aunque su maldad había llegado ya a su colmo. Esa era la preocupación del líder israelita. En vez de aniquilar a los cananeos, el pueblo había contemporizado con sus dioses. Jehová era distinto de las deidades a que ellos estaban acostumbrados; único en su género. Les resultaba difícil relacionarse con Él. Sencillamente era demasiado santo para un pueblo tan pecador.

Uno no puede evitar el formarse la idea de que el pueblo seguía a Dios porque le tenía miedo, no porque le amase de veras. En la respuesta que dan a Josué no se refieren a la compasión y la benignidad divinas, sino a su recién revelado poder. Josué lo sabía; conocía cuán atractivos les resultaban los dioses cananeos. Estos no tenían exigencias morales. En realidad las borracheras, las orgías y todo tipo de fiestas disolutas formaban parte de la manera de «adorar» a aquellos dioses y diosas semejantes a los hombres. Por esta causa, Josué se vuelve todavía más directo en sus palabras y responde al pueblo:

No podréis servir a Jehová, porque Él es Dios santo, y Dios celoso; no sufrirá vuestras rebeliones y vuestros pecados. Si dejareis a Jehová y sirviereis a dioses ajenos, él se volverá y os hará mal, y os consumirá, después que os ha hecho bien. (Josué 24.19-20).

No obstante el pueblo insistió: «No, sino que a Jehová serviremos» (v. 21). De modo que Josué no tuvo más opción que aceptar su palabra, y expresó:

Vosotros sois testigos contra vosotros mismos, de que habéis elegido a Jehová para servirle. Y ellos respondieron: Testigos somos.

Y las cosas fueron bien durante algunos años. Así, Josué 24.31 dice:

Y sirvió Israel a Jehová todo el tiempo de Josué, y todo el tiempo de los ancianos que sobrevivieron a Josué, y que sabían todas las obras que Jehová había hecho por Israel.

Sin embargo, el capítulo 2 de Jueces nos cuenta el resto de la historia y constituye un preludio de lo que habría de ocurrir con Israel durante los siglos posteriores:

Después los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová[ … ] Y dejaron a Jehová, y adoraron a Baal y Astarot. (Jueces 2.11, 13).

La batalla con los dioses de la tierra la cual hemos descrito en este capítulo acababa de comenzar. Si Josué dijo aquellas palabras aproximadamente en el año 1400 a.C., dicha batalla duraría mil años o más, hasta la vuelta del exilio, más menos entre los años 457 y 440 a.C. Los judíos tardaron en aprender las terribles consecuencias que traía la adoración a los dioses ajenos; sin embargo, una vez que lo hicieron, jamás volvieron a olvidar que «no hay dios sino sólo Jehová». En realidad, después de aquello tuvieron únicamente un fallo: al pie de la cruz levantada en las afueras de Jerusalén el año 30 d.C. Pero ese fue para los israelitas el mayor fracaso moral y espiritual de todos sus siglos de guerra espiritual.

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