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La promesa mesiánica: Génesis 3.15

Martín Lutero dijo acerca de Génesis 3.15: «Este texto abarca e incluye todo lo noble y glorioso que hay en cualquier parte de las Escrituras». Los santos del Antiguo Testamento lo entendían como un pasaje mesiánico y, aunque algunos comentaristas críticos rechacen sus implicaciones en ese sentido, esta es también la opinión de los eruditos bíblicos conservadores. No hay ninguna otra posición que se adapte a todo el énfasis de la Biblia.

El tratamiento que hace Hamilton es muy crítico (en el sentido positivo), pero bien equilibrado. Afirma que los traductores de la Septuaginta parecen «tener una comprensión mesiánica del versículo». Es importante que lo reconozca. Wenham, según mi modo de ver, nunca deja de dar una interpretación equilibrada y reverente del Génesis. Dice que la palabra traducida por enemistad en hebreo significa realmente hostilidad.

Tanto este contexto como otros pasajes sugieren que se trata de una enemistad duradera (cf. Números 35.21-22; Ezequiel 25.15; 35.5). La raza humana, «la simiente suya», y la raza de la serpiente, «tu simiente», estarán siempre en disputa. Aquellos que se habían aliado contra su Creador tendrían una pelea constante entre sí; un tema que vuelve a surgir en el relato de la Torre de Babel (Génesis 11.1-9). No se trata sólo de Dios contra la serpiente a perpetuidad, sino también de la humanidad contra ella (cf. Isaías 11.8).

Wenham suscita el problema textual. «La traducción de esta maldición es sumamente problemática», dice, «ya que la raíz «apalear, aplastar, magullar» aparece sólo aquí y en otros dos pasajes poéticos difíciles: Salmo 139.11 y Job 9.17; aunque hay otra semejante que algunas veces significa «aplastar», p. ej. Amós 2.7».

¿Cómo hemos de comprender el «magullar» de la cabeza de la serpiente y el «magullar» del calcañar de la simiente de la mujer, como traducen algunas versiones? «La opinión mayoritaria», dice Wenham, «es que el sentido es el mismo en ambos casos. Una minoría prefiere ver un juego de palabras entre dos significados distintos: la simiente de la mujer «aplastando» a la serpiente y ésta «anhelando» la cabeza del hombre (como Cassuto, Kidner, Procksch; Vg. Tg)».

En vez de intentar resolver el problema, Wenham lo deja como está y afirma sabiamente que a pesar de la larga discusión sobre el asunto:

[ … ] la etimología no importa mucho para la comprensión del pasaje. Una atención cuidadosa a la gramática y al contexto resulta más fundamental. El verbo en imperfecto[ … ] implica ataques repetidos de ambas partes para dañar al otro, y declara una hostilidad mutua de por vida entre la humanidad y la raza de la serpiente. De más trascendencia para la interpretación es el asunto de si alguna de las dos partes saldrá finalmente vencedora en la batalla, o si el combate no cesará jamás.

En el aspecto táctico, la serpiente está en desventaja. Puesto que ahora se arrastra sobre su pecho, un claro descenso en sus pretensiones, sólo puede herir al hombre en el calcañar. Éste, en cambio, destacándose sobre ella, es capaz de aplastarle la cabeza.

Nuevamente Wenham expresa:

Una vez admitido que la serpiente simboliza el pecado, la muerte y el poder del mal, se hace mucho más probable que la maldición prevea una larga lucha entre el bien y la maldad, de la cual la humanidad sale triunfante a la larga. Esta interpretación encaja con Génesis 4.7, donde se le advierte a Caín que el pecado le está acechando pero también se le promete que vencerá si resiste.

Con esta cita Wenham responde a su propia pregunta acerca de quién triunfará en la larga lucha: es Dios quien vence, y nosotros en Él. Luego nos dice que también la interpretación judía más antigua descubierta hasta la fecha considera a Génesis 3.15 como un texto mesiánico y presenta al «Mesías Rey» ganando la batalla.

Ciertamente, la más antigua interpretación judía descubierta en la Septuaginta del siglo III A.C., los tárgumes palestinos (S-J., Neof., Frg.) y posiblemente el tárgum Onquelos, consideran a la serpiente como símbolo de Satanás y esperan una victoria sobre ella en los días del Mesías Rey. El Nuevo Testamento también alude a este pasaje, comprendiéndolo en un amplio sentido mesiánico (Romanos 16.20; Hebreos 2.14; Apocalipsis 12), y puede que el término «Hijo del Hombre» como título de Jesús y el de «mujer» para referirse a María (Juan 2.4; 19.26) reflejen también este texto (Gallus; cf. Michl). Desde luego, los comentaristas cristianos posteriores, empezando por Justino (ca. 160 d.C.) e Ireneo (ca. 180 d.C.), a menudo han considerado Génesis 3.15 como el Protoevangelio: la primera profecía mesiánica del Antiguo Testamento.

Permítaseme resumir la interpretación mesiánica general del pasaje en cuestión que sostienen los eruditos bíblicos conservadores. Comenzamos con R. Payne Smith, quien comenta acerca de lo que llama «la perpetua enemistad entre la serpiente y el hombre» y las dos simientes:

He aquí la suma de todo el asunto, y el resto de la Biblia no hace sino explicar la naturaleza de esta lucha, las personas que la libran, y la forma y consecuencias de la victoria. Aquí también se nos dice la finalidad y el propósito de que la narración tenga su forma presente.

Luego Smith esboza la relación de Adán y Eva con Dios antes de la Caída, destacando todos los beneficios que el Señor había dado al hombre en el huerto y la comunión que tenía con su querida pareja a diario. Seguidamente dice que la humanidad triunfará en este siniestro conflicto, pero no saldrá de él incólume. El hombre no podrá vencer por la mera fuerza humana, «sino gracias a la venida de Aquel que es «la simiente de la mujer»; y el resto de la Escritura se agrupa en torno a este Libertador prometido». Si hubiera que omitir la última frase de Génesis 3.15,

toda la enseñanza inspirada que viene después sería un río cada vez más ancho pero sin nacimiento. No obstante, con la caída vino necesariamente la promesa de restauración. La gracia no es una idea posterior, sino que entra en el mundo al mismo tiempo que el pecado. Sobre este fundamento se edifica el resto de las Sagradas Escrituras, hasta que la revelación alcanza por fin su piedra angular en Cristo.

Francis A. Schaeffer titula su capítulo sobre Génesis 3.15 «Las dos humanidades», y bajo el subtítulo de «Tu simiente y la simiente suya», escribe: «Resulta importante destacar que aquí la simiente está personificada. Se promete una persona, alguien que aplastará la cabeza de Satanás y, al hacerlo, resultará herida».

Schaeffer señala que a quien se considera portador de la simiente es al varón, de ahí que la referencia a la simiente de la mujer resulte peculiar en las lenguas semíticas. «¿Podría ser que esta forma de hablar apuntase ya hacia la Virgen María?», pregunta. «¿Sugiere acaso que cuando el Mesías naciera sería la simiente de la mujer y que en su concepción no intervendría simiente alguna de varón?» Esto es lo que proponen a menudo los eruditos evangélicos, aunque no está universalmente reconocido. Sea como fuere, el Mesías nació de una virgen.

Luego, Schaeffer compara ese versículo con Hebreos 2.14, señalando que «Jesús cumplió la promesa de Génesis 3.15, ya que es el Mesías quien debe ser herido, y sin embargo, al serlo, destruye el poder de la muerte y del diablo. Por su muerte libertaría «a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre» (v. 15)». Esta nota sustitutoria que tiene la muerte del Mesías augura el triunfo sobre los resultados de la Caída. Schaeffer sigue después tratando este aspecto de la sustitución y vincula Isaías 53.10 con Génesis 3.15. Observe, dice, que:

Él verá linaje. Es por lo tanto en este sentido que Dios ha dado hijos a Jesucristo. Romanos 16.20 también se relaciona con Génesis 3.15. Hablando a los cristianos de Roma, Pablo escribe: «Y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies». La referencia tiene que ver con la segunda venida del Señor Jesucristo cuando Dios mismo será quien aplaste a Satanás bajo los pies de los cristianos.

Los argumentos de Francis Schaeffer tenían como objetivo demostrar que «Cristo es la simiente de la mujer que se menciona en Génesis 3.15». Como resultado de su obra redentora, Cristo posee un linaje (simiente) el cual deberá contender con la simiente de Satanás. Jesús está destinado a ser «el segundo Adán y el segundo padre de la raza».

Tomando lo que hemos visto hasta ahora y añadiéndole algunas ideas, podemos resumir las enseñanzas de Génesis 3.15 como sigue:

En primer lugar habrá una hostilidad mutua entre Satanás y la mujer (v. 15a).

En segundo lugar, fue Dios quien estableció esa enemistad; no lo hicieron ni la serpiente ni la mujer. «Pondré enemistad[ … ]», dice el versículo 15a.

En tercer lugar, aquí la mujer debe representar a toda la raza humana, no sólo al sexo femenino. Para confirmar esto puede utilizarse Génesis 3.20. A la mujer se la llama Eva, «viviente o vida», porque «era madre de todos los vivientes». Así como Adán fue el hombre representativo, Eva fue figura de las mujeres. Esto concuerda con el concepto hebreo de la humanidad. Todas las generaciones futuras se consideraba que estaban «en los lomos de sus padres» (Hebreos 7.9, 10). ¿Y por qué no también «en los vientres de sus madres»? Sin embargo, basándose en Génesis 3.15 y en la historia puede argumentarse el odio singular que Satanás tiene a las mujeres. Ellas llevan en sí la clave de la existencia misma de la raza. Todo ser humano nacido después de la Caída, incluyendo al hombre Jesucristo, procede del vientre de una mujer.

Además, lo comprendiera o no Satanás, Aquel que había de aplastarle la cabeza nacería de una mujer. La encarnación se haría a través del nacimiento virginal (Lucas 1.26-38; Gálatas 4.4; Apocalipsis 12.1-6, 13-17). Así los intentos históricos y continuos de corromper y destruir a la humanidad femenina cobran mayor importancia de la que solemos darle.

En cuarto lugar, este odio mutuo sería transmitido en el tiempo por las dos simientes dobles (v. 15b).

Creo que el cuadro en esta página armoniza con las enseñanzas bíblicas posteriores y es confirmado por los choques con Satanás y sus espíritus malos que han tenido lugar a lo largo de la historia, la vida y el ministerio redentor de la iglesia.

Él (la simiente de la mujer) aplastará la cabeza de la serpiente (Satanás). Cuando en Romanos 16.20 el apóstol Pablo toma este concepto y lo aplica a la vida cristiana, escoge un verbo más fuerte, syntríbo, que según William Vine significa «destrozar[ … ] hacer pedazos aplastando». Ese mismo verbo se utiliza para quebrar una caña (Mateo 12.20); hacer pedazos las cadenas (Marcos 5.4); quebrar un vaso de alabastro (Marcos 14.3); un vaso de alfarero (Apocalipsis 2.27); y aplastar finalmente a Satanás (Romanos 16.20)».

Un enfoque doble

Las palabras se enfocan principalmente en el aplastamiento de la cabeza de la serpiente que ya ha tenido lugar en la historia con el evento de Cristo; es decir, en la actividad redentora del Señor Jesucristo (Mateo 12.22-29; Hechos 10.38; Colosenses 2.13-15; Hebreos 2.14-15; 1 Juan 3.8b).

Así que, aunque tenemos un enemigo espiritual poderoso e imponente, ya ha sido vencido. Si hay alguna clave particular para la victoria en la guerra contra el campo sobrenatural maligno, es que Dios ya ha derrotado por nosotros (Juan 12.31-32; 16.11, con Lucas 10.18) y por toda la humanidad (2 Corintios 5.18-21; Juan 3.16) a Satanás y a su simiente por medio de su Hijo, el Señor Jesucristo.

Dos simientes

¡Cómo temen y resisten los demonios a esta verdad! La combatirán con todo su ser cuando un hijo de Dios la formule con fe y autoridad (Efesios 3.10 con Apocalipsis 12.11).

Un enfoque secundario de estas palabras tiene que ver con el «cristiano» o la «iglesia». Con ello me refiero al continuo aplastamiento de la cabeza de la serpiente por el pueblo de Dios. ¿Acaso no está implícito en Romanos 16.20, Mateo 16.18-20 y Mateo 18.18-20? Aunque el contexto de Mateo 18.18-20 sea el de los conflictos entre creyentes, los principios expresados en dicho pasaje tienen esta aplicación más amplia.

Aplastamos a Satanás en nuestra propia vida cuando lo resistimos y nos sometemos a Dios (Santiago 4.7). Machacamos su cabeza en las vidas de otros por medio de la intercesión y cuando traemos a sus existencias magulladas la vida, el amor y el poder sanador de Cristo.

En el contexto de la guerra contra el mundo espiritual, esto significa que nuestro poderoso enemigo es vencido en primer lugar por nuestro Señor y luego por nosotros, sus hijos y siervos.

El mayor cumplido que me han hecho los demonios, y no busco sus lisonjas, es cuando he tratado de someterlos y ellos no han querido obedecer, pero por último han tenido que hacerlo.

«¿Por qué tienes que obedecerme?», les pregunto a veces.

«Porque eres el siervo del Señor», contestan.

¡Y eso es lo que somos! Pero también somos sus hijos.

Si hay una segunda clave para la victoria en nuestra guerra contra el campo satánico espiritual, es que Jesús nos ha encomendado su autoridad sobre Satanás y la simiente diabólica (Lucas 10.19; Hechos 16.18; 1 Juan 5.18-19; Romanos 16.20).

¡Cómo odian y temen los demonios esta verdad cuando es formulada con fe por los labios de la simiente de Dios (Efesios 3.10, con Apocalipsis 12.11). Lucharán ferozmente contra ella hasta que se les obligue a someterse. Luego admitirán atemorizados que es cierta.

Este aplastamiento secundario de lo sobrenatural maligno lleva consigo también la angustia de participar directamente en la guerra espiritual y la oración de guerra, intercesión profunda en el contexto de la guerra espiritual (Efesios 6.10-20; 1 Pedro 5.8-11; Apocalipsis 2 y 3; 12.7-13.7). No hay guerra espiritual eficaz sin dolor. Jesús mismo dijo: «En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo» (Juan 16.33b). También expresó el Señor: «No temáis, manada pequeña, porque a vuestro padre le ha placido daros el reino» (Lucas 12.32).

Mientras esté siendo aplastado, Satanás herirá dolorosamente pero no de manera fatal el calcañar de la simiente de la mujer (v. 15d). Esto también tiene un enfoque principal y otro secundario. El principal es el origen satánico de las aflicciones y sufrimientos del Señor Jesucristo cuando vivía en la tierra, las cuales empezaron con la tentación en el desierto y siguieron hasta la muerte en la cruz.

Resulta interesante comprender el origen satánico de la traición, la angustia y la muerte de la simiente singular de la mujer: el Señor Jesucristo (Juan 13.2, 27; Lucas 22.47-53). En este caso se revela la estupidez de Satanás. Por así decirlo, el diablo se la jugó a sí mismo. Al llevar a Jesús a la cruz, él y todo su reino de principados y potestades quedaron totalmente derrotados (Colosenses 2.14-15; Hebreos 2.14-15). ¿Es este el significado más profundo de 1 Corintios 2.6-8? Creo que sí.

El enfoque secundario de estas palabras tiene que ver con el aspecto más angustioso de nuestra existencia y nuestro ministerio de redención: el origen demoníaco de las aflicciones y sufrimientos que experimentamos en la vida y en el servicio personales (2 Corintios 2.11; 10.3-5; 11.3; 12.7; Lucas 22.31-32; Efesios 6.10-14a; 1 Tesalonicenses 2.18; 3.5; 1 Pedro 5.6-11).

Esto se especifica claramente en Apocalipsis 2 y 3. Cada uno de los mensajes a las siete iglesias se produce dentro del contexto de la guerra espiritual. Primero tenemos la promesa del conflicto: «Al que venciere[ … ]» (Apocalipsis 2.7, 11, 17, 26; 3.5, 12, 21); que va seguida de descripciones todavía más gráficas referentes a sufrimientos a manos del espíritu del mundo (2.9-10; 1.13-16; 2.20-25; 3.9-10; 12.17; 13.17). Las palabras de Pablo en 1 Tesalonicenses 2.18 y 3.5 también cobran un nuevo significado. Además, esto da una importancia distinta a versículos como Filipenses 1.29, Colosenses 1.24 y 2 Timoteo 1.7-12 y 4.1-8.

No hay ministerio de redención sin sufrimientos de guerra. La doble herida experimentada por la simiente de la mujer a manos del campo sobrenatural perverso, forma parte del misterio que encierra el plan divino. Así sucedió en el caso de la herida del Hijo de Dios (Juan 19.10-11; Isaías 53.4-6, 10a; Hechos 2.22-23 y 36) y sigue sucediendo con las que sufren sus hijos (Hechos 4.27-31; 2 Tesalonicenses 3.3; 1 Juan 5.18; Lucas 10.19, con Lucas 22.31-32; Job 1 y 2).

Sin embargo, como bien sabemos, cuando Satanás y sus huestes demoníacas fueron aplastadas por Jesús, la simiente de la mujer, no resultaron aniquiladas. Todavía ejercen autoridad sobre aquellos que no conocen a Cristo (2 Corintios 4.3-4; Efesios 2.1-3; 1 Juan 3.10; 5.19) y tienen permiso, bajo la voluntad soberana y el control del Señor, para hacer la guerra a los hijos de Dios (1 Corintios 7.5; 2 Corintios 2.11; 11.3; Efesios 6.10-18; 1 Tesalonicenses 2.18; 3.5; Santiago 4.7-8; 1 Pedro 5.8-11; 1 Juan 2.12-14; Apocalipsis 12-13).

Mientras vivimos para nuestro Señor en el territorio del enemigo, que es este mundo perverso (Gálatas 1.4), hemos de padecer aflicciones y sufrimientos como siervos de Dios. Tenemos el privilegio de decir con el apóstol Pablo:

«Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros [por nuestros hermanos en Cristo que nos miran como modelos de firmeza en medio del sufrimiento], y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia» (Colosenses 1.24).

La palabra traducida aquí por aflicciones jamás se usa en relación con los sufrimientos expiatorios del Señor, sino respecto a las aflicciones generales a las que se enfrentó en la tierra como Dios-hombre. Dichas aflicciones proceden de dos fuentes personales: los hombres malos y el campo sobrenatural perverso. En un sentido misterioso, parece haber cierta «cantidad» predeterminada necesaria de sufrimientos para traer a la iglesia, el cuerpo de Cristo, a su plenitud en Él.

Jesús comenzó a cumplir aquella cuota de sufrimientos y nosotros seguimos haciéndolo. Los sufrimientos vienen de los hombres y también de tener que soportar un cuerpo caído en un mundo pecaminoso. Sin embargo, sobre todo, dichos sufrimientos proceden de la serpiente y de su simiente: los demonios.

El resto de la Escritura es la revelación de este estilo de vida sufriente, de heridas en el calcañar, que caracteriza al pueblo de Dios. Hasta que el Señor vuelva en su gloria y Satanás y sus ángeles sean echados al lago de fuego (Mateo 25.41; Apocalipsis 20.14-15), nuestro calcañar será continuamente magullado por Satanás y su simiente; pero también seguiremos aplastándole la cabeza. La victoria será siempre nuestra, incluso en las derrotas y, si fuera necesario, en la muerte (Romanos 8.35-39). Al final, el Señor mismo acabará de aplastar la cabeza de la serpiente (Apocalipsis 19.20; 20.10). ¡Amén!

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  1. 10 diciembre 2009 a las 4:29 PM

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  2. 17 octubre 2010 a las 2:11 PM

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